LA GUAYABERA
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A las cuatro de la tarde, un hombre rubio y de temple severo entra en acción y con un movimiento de cabeza y un claro "a grabar", levanta a Javier de la mesa y lo hace subir al auto que lo traslada de regreso al claustro. Es Alejandro Abad, su mánager, su productor y el compositor de la mayoría de las canciones. Se lo lleva a su mismísima casa, donde tiene instalado el estudio.En el tercer piso de la residencia, al final de una escalera de mármol, está la sala en cuestión. En la entrada, abundan los trofeos y las fotos de famosos como Julio Iglesias, Paulina Rubio y Dyango, con quienes "el cerebro de la operación" ha compartido en los últimos años. Tres computadores encendidos y dos mesas de sonido están a disposición del compacto que, según los planes, estaría a la venta a mediados de octubre, tras las mezclas que hará -otra vez- Abad."Es un disco muy cachondo, muy caliente. Pasamos por un lado juguetón, bastante inmoral para ser precisos, donde nos atrevemos a hablar de las relaciones ocasionales, de sexo, ya sabes, ¿no?", asegura risueño y coqueto.Tendrá un poco de rumba y de reggaeton, precisa. "Va a ser un disco muy bailado, pero también tendrá un poco de la cosa romanticona sentimental".Y dice que le preocupa saber "qué va a pensar mi buena amiga Verónica Roberts" cuando por sus oídos pase, por ejemplo, "Sexo o amor", un sugerente corte que habla de relaciones sexuales en una noche loca, en una discoteca cualquiera. "La Verito se va a morir con la letras de las canciones. Es que ¡hombre!, son muy cachondas, muy de fiesta y hablan de un tema del que nadie se atreve a hablar, porque siempre hablan del amor romántico, del de pareja".Hora de hacer fotos. Ahora Javier recibe los consejos de la esposa de Abad, Susana, quien se encarga de su imagen. Sale la guayabera de tonos azules, entra la camisa chocolate que acentuará su bronceado. Él se sonroja un poco. "Cómo quieres que cambie delante de ella", dice, apuntando a la dueña de la cámara. Pero aquí manda la rubia. "Que te las saques, tío", conmina. El movimiento deja en claro que las pesas hicieron lo suyo. Cinco minutos para las imágenes y Javier intenta volver a grabar. Se hace de un torpedo con las letras de las canciones, pues ni siquiera tiempo para memorizarlas ha tenido.
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